Reapropiarse de las voces silenciadas

Por Augusto Magaña

La conquista de América no supuso únicamente la imposición de un sistema político colonial. Fue también la imposición de un relato, a través de la lengua, pero sobre todo a través de una mirada específica sobre nuestro propio territorio y nuestros propios cuerpos. Las mujeres y hombres que poblaron Abya Yala durante milenios, de pronto fueron convertidos en el otro, en aquello que debía ser civilizado y vestido, para encajar en los parámetros morales y culturales de esa Europa del siglo XVI. Y todos los otros relatos, que hablaban desde la mirada de los pueblos originarios, fueron relegados al olvido. 

Durante dos sesiones de la 5ª edición de los talleres de En Palabras, la salvadoreña Tania Pleitez, filóloga, escritora y profesora de literatura hispanoamericana en la UAB, nos propone recuperar aquellos relatos silenciados por las lógicas coloniales y reapropiarnos de ellos para cuestionar las narrativas impuestas en la historia de nuestro continente. 

Para ello, primero hacemos un repaso por cómo se ha construido la imagen de América desde el discurso europeo a lo largo de la historia y después observamos cuáles han sido los relatos de resistencia que se han tejido desde los pueblos originarios, para proponer otras narrativas y devolver la voz a aquellos a quienes les fue arrebatada.

Américo Vespucio y América. Dibujo de Jan vander Straet grabado por Théodore Galle. 1589

De la utopía a la barbarie

Despertando de un sueño. Así nació América. Desnuda sobre una hamaca, rodeada de plantas y animales, con el olor a humo y a carne abrasada a lo lejos. Así despertó América, frente a los ojos de sus supuestos descubridores, hombres de largas vestimentas, con la ciencia en una mano y la religión en la otra. O al menos así lo fue para el artista flamenco Johannes Stradanus, que en su grabado El descubrimiento de América (1587, aprox) nos muestra lo que para él fue ese primer encuentro entre el hombre blanco y esa tierra nueva y salvaje. 

No es casualidad que América fuera representada como una mujer, ya que lo femenino ha sido siempre esa “otredad” para la cultura cristiana europea. Además, se la representa desnuda pues las primeras impresiones de los colonizadores fueron de sorpresa ante la libertad sexual e igualdad social que mostraban los pueblos caribeños a los que llegaron antes que al continente. “El primer contacto con América es el anticipo de una utopía”, explica Tania. Europa, un continente arrasado por las epidemias y las guerras, necesitaba soñar con una tierra fértil, en la que la gente viviera en igualdad de condiciones, sin propiedad privada y dispuesta a compartir. 

Pero esta utopía no servía a los objetivos de quienes, al fin y al cabo, financiaban el viaje de Colón. Tenían que justificar la conquista. No eran tiempos muy propensos al diálogo y a la concordia: era el siglo XVI, la era del Príncipe de Maquiavelo y el Leviatán de Hobbs. La búsqueda de un orden social y moral como el que querían las monarquías absolutas europeas chocaba con la falta de jerarquía y la aparente armonía con su entorno que se encontraron en las sociedades del Caribe. ¿Cómo justificar, entonces, la explotación?

La evangelización fue, sin duda, una de las principales justificaciones para legitimar la guerra y la tortura: si no aceptaban la justicia de la Corona y la ley divina, merecían ser dominados. Incluso las pocas figuras europeas que defendían los derechos de los pueblos originarios, como Bartolomé de las Casas, lo hacían con una finalidad evangelizadora. Se pasó, entonces, de la utopía a la “América salvaje” y bárbara, que debía ser civilizada. América debía despertar de su sueño, para entrar a la pesadilla. 

La llegada de Colón a América, romantizada por el pintor español Dióscoro Puebla (1862)

La imposición del mito

Este paso de la utopía a la barbarie, no solo sirvió para justificar la conquista sino que también fue el mecanismo por el cual Europa se situó a sí misma como el centro de la historia mundial. Su mirada se impuso como la única válida para analizar la realidad y, desde su llegada a ese nuevo continente, los conquistadores vieron lo que quisieron ver, ya que iban con una idea previa de lo que se encontrarían. “Colón ha descubierto América, pero no a los americanos”, decía el filósofo Tzvetan Todorov en su libro La conquista de América. Como bien apunta Tania, Colón no solo pensaba que había llegado a unas islas del Océano Índico, sino que creía estar viendo con sus ojos lo que había leído en las descripciones de Marco Polo. 

Esa mirada eurocentrista se mantiene en la actualidad sobre Abya Yala. No solo la rebautizaron, sino que también construyeron una nueva narrativa alrededor de diversos mitos fundacionales que justificaban para ellos la conquista del territorio. En su ensayo Discursos narrativos de la conquista de América, la filóloga Beatriz Pastor analiza las crónicas de los conquistadores y explica cómo ellos elaboran un discurso mitificador alrededor de tres ejes básicos: la búsqueda del botín, el proyecto épico-militar y, sobre todo, la gloria, la heroicidad del conquistador. Y dentro de esos relatos míticos siempre está fluyendo la figura utópica que representó el primer contacto con América. Para Hernán Cortés esa utopía era el imperio universal español. Para Bartolomé de las Casas, la sociedad cristiana. 

América, de esta forma, se convierte en un espacio de realización de los sueños personales y colectivos de españoles y europeos. Deseos e ideas que van plasmando en sus diarios de viaje y sus crónicas, que son los relatos dominantes que nos han llegado hasta nuestros días de todo ese proceso colonizador. Pero ¿qué pasó con el relato de los pueblos originarios?, ¿dónde quedó su visión de los hechos que les tocó sufrir en carne propia?

Pintura «Llegada a América» (1923) del artista ecuatoriano Camilo Egas

Contranarrativas de la conquista

En 1923, el artista ecuatoriano Camilo Egas pintó el cuadro La llegada a América, como una manera de desafiar el relato europeo del “descubrimiento”. Al contrario de aquellas primeras obras europeas que mostraban el encuentro entre el español y el americano a través de una dicotomía entre civilización y barbarie, en su pintura, Egas muestra a un grupo de personas de piel oscura, completamente desnudas, que observan con curiosidad cómo se acercan a lo lejos las carabelas. Solo una de las mujeres de este grupo está de espaldas a los barcos y se cubre la cara con las manos, como una especie de presagio de lo que pasaría. 

En el último siglo se ha intentado establecer una “contranarrativa” al discurso europeo del descubrimiento, a través de obras como la de Egas, por ejemplo, pero también por medio de la recuperación de textos y piezas artísticas elaboradas por los pueblos originarios. Con la conquista, no solo se ocultaron y destruyeron los relatos de los “vencidos”, también se impuso la letra y la escritura como el sistema oficial de cultura, relegando el resto de literaturas a una posición de subalternidad. “Se crea un cánon de vencedores, pero eso no quiere decir que dejara de existir la literatura indígena”, señala Tania.

El filólogo mexicano Ángel María Garibay, por ejemplo, rescató un poema anónimo escrito en Tlatelolco (México) en 1528, en el que se describe la conquista con un relato muy alejado de la narrativa heroica y gloriosa de las cartas y diarios de viajes de los españoles: “En los caminos yacen dardos rotos, / los cabellos están esparcidos. / Destechadas están las casas, / enrojecidos tienen sus muros”. En estos versos se describe la brutalidad con la que españoles arrasaron con estos pueblos, sometieron a sus gentes, destruyeron su cultura y arrebataron el valor de todo aquello material.

Leer este tipo de discursos sorprende, porque no estamos acostumbradas ni acostumbrados a observar la conquista desde este punto de vista. Pero, como bien destaca Biaani, una de las asistentes al taller, “no es casualidad que nosotras solo escuchemos el relato de los vencedores. Es una herramienta que tiene el sistema para seguir reproduciéndose”. Tania subraya que para algunas pensadoras feministas y decoloniales, la llegada de los europeos a América supuso “la triangulación entre el capitalismo, el colonialismo y el patriarcado”, un proceso que se mantiene latente hasta el día de hoy y que sustenta las opresiones globales sobre las alteridades de clase, raza y género. ¿Cómo podemos hacer, entonces, para generar un discurso que hable desde la alteridad y cuestione los relatos dominantes sobre el descubrimiento y la conquista?

Mural en la Plaza de las Tres Culturas en Ciudad de México

Desterrar la memoria mestiza

“El 13 de agosto de 1521, heroicamente defendido por Cuauhtémoc, cayó Tlatelolco en poder de Hernán Cortés. No fue un triunfo ni una derrota. Fue el doloroso nacimiento del pueblo mestizo que es el México de hoy”. Eso es lo que se puede leer en uno de los muros de la Plaza de las Tres Culturas, en Ciudad de México, en donde se hace un intento de memoria histórica de la conquista, pero desde un punto de vista muy determinado: el del mestizo. Sin embargo, ¿no es acaso esta mirada una reproducción del discurso colonial

En la historia posterior a las independencias de los Estados latinoamericanos, se ha hecho un borramiento de los crímenes perpetrados durante la conquista. “No podemos ignorar que existe un imaginario conflictivo lleno de sangre y guerra. Decir ‘el doloroso nacimiento’ es creer que fue algo natural, que tenía que pasar”, destaca Tania. Este punto de vista “mestizo” no es más que un blanqueamiento de la historia de América. Para Biaani, que nació en una comunidad indígena en México, “el tema del mestizaje es como un borramiento de identidades, la invisibilización de todo un mundo alrededor de una palabra”. Una lógica de “borrón y cuenta nueva” que se mantiene hasta la actualidad en América Latina, como asegura Magaly: “En Nicaragua las personas blancas tienen ese discurso de que hay que centrarse en el presente, pero no reconocer los destrozos a partir de los cuales se mantiene esa dominación hasta la actualidad”. 

Para combatir este discurso y recuperar ese “imaginario conflictivo”, Tania nos propone dialogar con los textos que cuentan la conquista, ya sea desde el punto de vista de los conquistadores o desde la mirada de los pueblos originarios, y producir, a partir de ese diálogo, un texto de reapropiación que deconstruya la idea de un autor unívoco para pensar en un autor colectivo. Esta es una manera de repensar la manera en que se ha construido la historia y dar una continuidad a las contranarrativas de la conquista. “Tenemos derecho a preguntarnos e indagar en nosotras, porque no hay nada fosilizado”, afirma Tania. 

Fragmento del poema Después de la derrota, traducido por Ángel María Garibay a partir del poema Anónimo de Tlatelolco, datado en 1528

Reapropiarse del dolor, reescribir la mirada

“La poesía es el hondo susurro de los asesinados / La poesía es el canto de mis antepasados”. Con estos versos del poeta mapuche Elicura Chihuailaf arranca el poema que ha escrito Anita, en el que pone a dialogar ese texto con sus propias palabras, con las de Neruda en Sube a nacer conmigo, hermano y también con el poema anónimo encontrado en Tlatelolco. El resultado fue un texto que, como comenta Tania, toma fragmentos despedazados de la historia e intenta imprimirle una coherencia a través del diálogo entre esas distintas voces. De este encuentro entre diversas narrativas nace una propuesta muy clara: “Antes, la palabra reunía a la gente, protegía, era sagrada. (…) volvemos a conversar / a tejer la memoria”. Según Anita, en la actualidad, la necesidad de ser siempre personas productivas no nos deja tiempo de conversar, pero antes sí que nos reuníamos en las calles simplemente a hablar y de ahí surgía la “oralitura”. La propuesta, entonces, es volver a conversar, porque como explica Tania: cuando los vecinos hablan, se organizan. 

De esta organización de las personas a través del habla pueden nacer desde amistades hasta revoluciones, pero también pueden nacer preguntas que antes no fueron hechas. “¿Cómo borras la sangre del agua?… ¿Cómo sientes llegar la noche si la llevas tatuada?… ¿Cuánto vale un lomo que desaprendió a estarse erguido?”, son algunas de las preguntas que plantea Sabrina en su texto, en el que trae a la actualidad algunos de los versos del poema anónimo de Tlatelolco y los funde con sus propias palabras, para hacer una relación entre la violencia palpable de la conquista y esa violencia más subterránea que se da hoy en día entre las personas migrantes y las personas “locales”, sobre todo en el ámbito laboral. Como dice Tania, a través de estos ejercicios de reapropiación se consigue incrustar “lo que fue aquel dolor (de la conquista) con el dolor contemporáneo”. 

La recuperación de aquel dolor nos lleva también a poner en duda la mirada que se nos ha impuesto desde la colonialidad, como ha hecho Tatiana en su texto, a través del cual cuestiona la descripción de las mujeres indígenas que hace Américo Vespucci en su carta a Lorenzo de Médicis de 1503, en el que las describe como “desnudas” y “libidinosas”. “¿Era suave su silencio? (…) ¿Pudo cerrar los ojos de sus muertos?”, se pregunta Tatiana, como una manera de contraponer a esa mirada del explorador europeo —que evidentemente es una mirada misógina y patriarcal—, una serie de observaciones que lo que buscan es “humanizar esa otredad a partir de esa otra mirada”, como señala Tania. 

Pero esa otredad no siempre son los otros: también podemos serlo nosotras y nosotros. “Otro que se mira otro / que se oye otro / que convive con su otro, tú”, escribe Angelita en su poema. Tania explica que “depende de dónde estés van a operar ciertas jerarquías sobre ti” y por eso “al final, todas y todos seremos un otro en algún momento, porque esas jerarquías de género, raza, clase, etc. nos atraviesan”. La escritura se vuelve, entonces, un ejercicio necesario de ponerse en el lugar del otro, para ver desde su mirada, escuchar sus preguntas y poner en duda todos aquellos sistemas de poder (políticos, culturales y narrativos) que intentan imponer su relato y dejarnos a nosotras, nosotros y a los otros fuera de él.

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