Por Miguel Henríquez
El escritor argentino Martín Caparrós plantea que América se hizo por sus crónicas. Ese imaginario que se creó sobre su población, sus tierras y sus costumbres fue el resultado de los relatos que los primeros viajeros europeos llevaron de regreso al Viejo Continente: “Así escribieron América los primeros: narraciones que partían de lo que esperaban encontrar y chocaban con lo que se encontraban. Lo mismo que nos sucede cada vez que vamos a un lugar, a una historia, a tratar de contarlos. Ese choque, esa extrañeza, sigue siendo la base de una crónica”. Este mismo sentimiento sigue estando presente en cualquier viaje, por lo tanto, cualquier persona que ha vivido esa experiencia ya cuenta con el primer paso para convertirse en cronista.
Durante las dos sesiones que cerraron los talleres de la 5ª edición de los talleres de En Palabras, el escritor y periodista argentino Laureano Debat (Barcelona inconclusa, Candaya) nos propuso explorar elementos e hitos de la crónica. Tomando como referentes a diversas y diversos cronistas, unidos por el tema común de la migración, Laureano planteó primero un acercamiento al género para que luego, las y los asistentes del taller pudiesen crear y leer sus propias crónicas.
La crónica: un género híbrido
El primer indicio de la singularidad del género lo encontramos en la forma en que algunos escritores definen la crónica. Juan Villoro la definió célebremente como “el ornitorrinco de la prosa”; García Márquez, como “un cuento que es verdad”. Para Laureano “es un género mutante, que se define por la voracidad que tiene para sumar y aliar otros géneros narrativos en general”. Tradicionalmente, la crónica se ha asociado al periodismo literario , ya que toma elementos de la novela, el reportaje, el cuento y la entrevista, entre otros, para crear textos de no ficción narrados en primera persona.
Pero esta hibridación no nace simultáneamente entre todos estos géneros, sino que tiene su génesis en el encuentro entre periodismo y literatura. Sin embargo, esta relación tiene una primera divergencia en el concepto de la objetividad. El periodismo siempre ha tratado de vender la idea de que lo que se escribe es una verdad objetiva. Pero es imposible alienar la subjetividad del periodista y, por lo tanto, del periodismo. La crónica, por su parte, se apropia de esta subjetividad. Se permite decir que cada texto es escrito por una persona, no por una máquina y que, por lo tanto, es susceptible a ser una distorsión. Laureano explica que esta distorsión es el resultado de la forma en que interpretamos la realidad y tiene que ver con elementos como la cultura, los prejuicios, las vivencias e incluso los estados de ánimo de quienes escribimos.
Esta subjetividad parece ser una de las razones por las cuales la crónica ha sido un género que persiste en el tiempo. Laureano explica que la crónica siempre ha formado parte del mundo, puesto que está ligada a la idea de civilización y persistirá mientras exista la necesidad de narrar el tiempo. De ahí su nombre: “crónica”, haciendo alusión al titán Chronos, la personificación griega del tiempo. Al respecto, Caparrós comenta que: “Siempre que alguien escribe, escribe sobre el tiempo, pero la crónica (muy en particular) es un intento siempre fracasado de atrapar el tiempo en que uno vive”.
Y entre más caóticos sean los tiempos en los que se vive, mayor el afán de querer comprenderlos. Es por esto que el concepto de “crisis” está tan intrínsecamente ligado a la crónica. Para Laureano no es casual que en tiempos de crisis las personas estén ávidas de leer no ficción y que este sea un género que florezca en Latinoamérica, región constantemente en desequilibrio.
Para finalizar este primer acercamiento, Laureano plantea que es imposible escribir crónicas sin leer a las y los maestros del género. Nos recuerda que entre más entendamos la tradición literaria mejor comprenderemos la realidad: “Cada ciudad, cada realidad se revisita cuando se encuentra una mirada nueva. Si vamos a escribir sobre una realidad específica, tenemos que entender qué se ha hecho antes”. Pero para entender esta realidad también es fundamental la empatía, en su sentido más amplio. Por supuesto, Laureano comprende que es imposible ponerse totalmente en el lugar del otro, pero es necesario el esfuerzo, acercarse lo más posible a la realidad de las y los demás.
El grand tour de la crónica: de Grecia a Latinoamérica
Pero para entender la crónica hay que comprender sus orígenes. Los primeros antecedentes del género aparecen en Grecia, en textos como Las historias de Heródoto (Circa 430 a. C.), texto fundacional de la Historia como disciplina que estudia sucesos del pasado. Posteriormente, en textos como Los viajes de Marco Polo, escritos en el siglo XIII por Rustichello da Pisa, y en los textos que inspirará ―concretamente las Crónicas de Indias―, el género comenzaría a desarrollar sus bases actuales. Sin embargo, en estos textos aún se muestran marcados elementos de ficción y libertades creativas, a diferencia de las crónicas de hoy en día.
Varios siglos más tarde, el Grand Tour europeo de los siglos XVII y XVIII impulsó la creación de relatos de viaje en textos, como Viaje por Italia (1670) de Richard Lassels y Cartas desde Estambul de Lady Mary Wortley Montagu (1763), que narraban las experiencias de aristócratas y sus travesías por Europa y parte de Asia.
Sucesivamente, en el siglo XIX, con el surgimiento de las grandes urbes producto de la industrialización, se empieza a entender la ciudad como un fenómeno a ser estudiado. Es en estas ciudades donde se desarrollan algunas de las principales novelas realistas de autores como Zola, Balzac y Flaubert. El auge de la prensa escrita también abonará a los relatos descriptivos de la realidad. En esta época también se dan las grandes exploraciones al Polo Sur y a África, narradas en los textos de exploradores como la británica Mary Kinsley y el noruego Roald Amundsen.
Posteriormente, este flujo migratorio del campo a la ciudad también se da en Latinoamérica. Escritores modernistas como Rubén Darío y José Martí escriben sobre las metrópolis latinoamericanas, influenciados por el trabajo de escritores y periodistas como los norteamericanos Walt Whitman y Joseph Pulitzer.
Viaje por Italia, Richard Lassels (1670) Diez días en un asilo, Nelly Bly (1887)
El New Journalism y la crónica moderna
Pero el hito más importante de la crónica llegaría en las décadas de los sesenta y setenta del siglo XX, con el nacimiento del New Journalism en los Estados Unidos. Este movimiento combinó elementos del periodismo tradicional ―como la investigación y la entrevista― con elementos asociados a la ficción. Algunos de los grandes referentes de esta época son los estadounidenses Gay Talese, Tom Wolf y Joan Didion. En estas décadas nace también el término “gonzo” para referirse al periodismo en el cual quien escribe es a la vez narrador y partícipe de los sucesos. El término fue popularizado por Hunter Thompson en libros como Miedo y asco en las Vegas (1971), pero la técnica ya había sido utilizada casi cien años antes por la escritora estadounidense Nelly Bly en Diez días en un asilo (1887).
A sangre fría (1966) es la gran novela de esta época, un libro que es considerado por muchos como la primera novela de no ficción. Sin embargo, el escritor argentino Rodolfo Walsh ya había publicado en 1957 Operación masacre, adelantándose nueve años a Capote. Otros escritores latinoamericanos comenzaron a publicar crónicas que tendrán una enorme influencia tanto en el periodismo como en la ficción. Laureano lo define como “la tradición de las Crónicas de Indias, pero desde el punto de vista del criollo”. Algunos ejemplos paradigmáticos de esta época son Relato de un náufrago (1969) de Gabriel García Márquez, La noche de Tlatelolco: Testimonios de historia oral (1971) de Elena Poniatowska y Principados y potestades (1969) de Carlos Monsiváis. Laureano recomienda el libro Mejor que ficción (2012), editado por Jorge Carrión, como una muestra completa de escritoras y escritores contemporáneos que han llevado la crónica a otro nivel, como lo son Cristian Alarcón, Rodrigo Fresán, Leila Guerreiro, Pedro Lemebel, Juanita León, Maye Primera, Juan Gabriel Vásquez, entre otros.
Crónicas migrantes: demonios comunes
Previo a la escritura de las crónicas por parte del colectivo, Laureano propone el estudio de algunos referentes que tienen en común el tema de la migración, la precariedad y el destierro. En la crónica “A mil pies de altura”, que forma parte de la antología Pasaje de ida (Alfaguara, 2018), la escritora argentina Ariana Harwicz se enfrenta con desgarradora sobriedad a la experiencia del último día antes de irse de su país y a las horas de vuelo rumbo a París. Al leerla, Daniela, del colectivo y también argentina, evoca su propia experiencia: «Ese último día que estás ahí en el medio se siente como algo de ficción. Yo tenía esa sensación, como de que no me estaba pasando eso; por más que uno tenga una migración organizada, es un salto al vacío». Otras personas del colectivo evocan experiencias similares a la de Daniela. Alejandro, de El Salvador, recuerda el acoso de la policía cuando llegó por primera vez a Barcelona: “Casi nadie habla de eso”, dice.
En Yo, precario (Los libros del lince, 2013), el escritor andaluz Javier López Menacho habla de sus experiencias trabajando en empleos precarios durante la crisis económica española del año 2008. Tatiana, originaria de Chile, recalca la importancia de narrar estas historias: «Me parece que es súper necesario hablar del tema de la precariedad, porque se habla de otras cosas y parece que del dinero no se puede hablar. Y creo que es necesario darle un espacio a la escritura para eso». Pero en su libro, Menacho no se regodea en su tristeza ni trata de victimizarse, sino que mezcla en perfectas dosis humor y crudeza, para que los lectores puedan hacer sus propias reflexiones. Al respecto Diego, coordinador del colectivo, propone cuestionar la forma en que se afrontan los relatos sobre la precariedad y también sobre la migración: “Hay que reconsiderar si el lugar de la víctima puede estar jugando en contra”.
Nuevos cronistas de indias
Después del recorrido por la historia de la crónica y de haber leído los diversos referentes, las personas del colectivo debían escribir sus propios textos. Para ello, Laureano propuso la creación de crónicas tomando como centro algunos tópicos comunes sobre la migración: trabajos precarios, el sentimiento de otredad, el exilio, etc. Los textos resultantes supieron sacar lo mejor de un género elástico, abarcando temas como la ciudad y el paso del tiempo, la violencia silenciosa y las presiones de la cotidianidad, entre otros. Para Laureano esto fue prueba de que en la crónica todo es válido y todo es posible de invalidar.
En su crónica sobre los submundos del alquiler de habitaciones, Malinali, de México, recuerda la experiencia de descubrir que su compañero de piso era un proxeneta: “Me costó elegir esta anécdota porque tengo muchas sobre mudanzas; me entraban muchas dudas con respecto a esto porque estaba en un piso donde alguien hacía algo ilegal”. Por su parte, en el poema-crónica “Barcelona Metro”, Tatiana hace un recorrido por las múltiples “Barcelonas” y por su propia vida a través de las paradas de las líneas del metro: “Glòries: Para mí ahí terminaba el mundo”, dice en uno de sus versos. Ella define el proceso creativo en su introspección al pasado: “Volví a esa época en la que yo era la hija de unas personas que acababan de llegar y en la que el transporte y la relación con la ciudad venía mediada por el metro”.
Del mismo modo, Karen, originaria de Perú, reflexiona con lúcida sensibilidad sobre cómo la ciudad soñada se puede volver una pesadilla: “Subo y bajo calles haciendo cuentas. Este mes podré pagar el alquiler. Mi amor no correspondido se ha transformado en amor a granel”. Cuando Laureano le pregunta sobre la creación de la misma, Karen comenta que «era un momento muy caótico y yo quería contar ese ir y venir y ese tratar de sobrevivir por todos los medios, porque te van entrando esos conflictos personales».
Narrar el mundo con perspectiva
Al igual que los cronistas de Indias, que querían justificar mediante la escritura una realidad que les parecía disonante, las y los migrantes de todo el mundo pueden apropiarse de este género para comprender su nueva realidad y dotarla de sentido. Por esto es que la crónica es una herramienta excepcional para narrar las experiencias migrantes. Porque pone en el centro la subjetividad, la mirada de alguien que observa con perspectiva. Quien migra tiene una mirada privilegiada para escribir crónicas puesto que se encuentra, en mayor o menor medida, al margen y desde ahí tiene una vista panorámica del mundo, que le permite observar el cuadro completo.
Los textos escritos por las personas del colectivo dan fe de eso: son relatos escritos por quienes se han enfrentado a su propia otredad, a su extrañeza, y luego se han apropiado de ellas para observar la realidad con perspectiva. Y quizá aquí radica la mayor fuerza de la crónica: no está en su rica tradición ni en la diversidad de sus formas, sino en que permite que cualquier tema, cualquier persona, pueda ser sujeto digno de ser narrado. Quizás por eso es que a Caparrós la crónica le parece algo tan “político”; porque se opone a los discursos hegemónicos y puede convertir a cualquiera en protagonista, sobre todo a aquellos y aquellas cuyas voces han sido históricamente ignoradas.