Derecho a hablar del exilio

Julio Cortázar: El exilio

Apartes de la entrevista de Guillermo Schavelzon.

Cuando se me pide hablar del exilio, yo comienzo siempre por hacer una aclaración muy importante, que es mi propia situación. En qué medida tengo derecho a hablar del exilio, cuando yo me fui de la Argentina hace treinta años. Algunos años después, algunos periodistas, algunos críticos literarios, por razones ya de tipo político, me trataban de exilado, «el escritor exilado…», cosa que me hacía sonreír, porque yo no me consideraba en absoluto un exilado, y lo dije muchísimas veces. Para mí la noción de exilio es una idea siempre compulsiva; el exilado es de alguna manera el hombre a quien lo echan de su país, o que se ve obligado a irse porque su libertad o su vida corren peligro. No era ése mi caso, yo me fui de la Argentina porque tuve ganas de vivir en Francia, y seguí yendo a mi país cada vez que me daba la gana. En promedio, cada dos años iba por unos cuantos meses. Comprenderás que en ese sentido yo no tenía porqué sentirme exilado, ni aceptaba esa calificación. Lo que sucedió después es que, exactamente en el año 1973, lo que para mí no era un exilio, se convirtió, por la fuerza de los hechos, en un real y verdadero exilio. Nadie me echó, porque yo ya estaba fuera del país, pero me convertí en un exilado porque comprendí que ya no podía volver, por razones concretas, muy tangibles. Sin duda me hubiera tocado, y es lo más probable, el destino de tantos amigos, tantos colegas, tantos compañeros, que estando en la Argentina, no pudieron salir a tiempo. O por razones de militancia política, no quisieron salir, y pagaron con la libertad y con la vida por ello.

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Entonces a mediados del 73, me convertí en un exilado, y hoy puedo hablar del tema en el mismo nivel que cualquiera de los que salieron en esa época, o después. La ventaja para mí — y eso importa también decirlo— es que yo tuve veinticinco años para adaptarme a lo que luego se convirtió en las condiciones del exilio. Yo tuve esa enorme ventaja, de haber vivido sin problemas en un país extranjero, y por lo tanto el exilio es muy distinto para mí de lo que pueda ser para una familia chilena, un profesor argentino, un obrero uruguayo, que bruscamente se ven arrancados, desarraigados, ignorando en muchos casos el idioma del país al que les toca llegar, o al que están obligados a ir, que sufren ese traumatismo espantoso que suele significar el fin moral, y a veces intelectual, de muchos exilados.

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Así, lo que no había sido un exilio para mí, se convirtió en un verdadero exilio, y a partir de ese momento, yo entendí en Europa que lo único que me quedaba por hacer hasta que las cosas se aclararan y se mejoraran, era tratar de ser lo más útil posible en un doble plano: por un lado ocuparme del destino de los exilados, tanto chilenos como argentinos y uruguayos, digamos los tres pueblos más próximos, más cercanos a mi actividad personal como escritor y como hombre; y por otro lado hacer todo lo posible, utilizando el hecho de que soy un escritor conocido y leído en Latinoamérica, para difundir y denunciar el régimen de Videla.

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La primera consecuencia que tuvo ese descubrimiento de que ahora sí, yo era (yo soy) un exilado, fue ponerme un poco cara a cara, conmigo mismo; obligarme a una autocrítica, a una autorreflexión sobre el hecho de ser un exilado. En parte por mí mismo como individuo, y en parte por el hecho de estar en ese momento rodeado de una enorme cantidad de exilados que se movían casi siempre en condiciones negativas, casi siempre nostálgicas. Pensé mucho en la verdadera naturaleza del exilio, y el resultado fue, entre otras cosas, que tuve la oportunidad de hablar de eso, discutirlo y ponerlo un poco así, frente a frente, de muchos compañeros que asistían como público a mesas redondas, conferencias […]. El resultado de esta reflexión consistió en decirse que en general el signo tradicional del exilio es negativo, desde la antigüedad. Los exilados históricos son la gente que escribe libros, poemas, lamentándose de su exilio, quejándose por el exilio, soñando en el día en que volverán a su país. Eso lo encuentras ya en Ovidio, cuando no sé qué César lo desterró, o en Dante cuando estaba desterrado de Florencia. Es un llanto por estar fuera del país, es la desesperación por no poder volver, en definitiva, es una actitud negativa, hay una noción tradicional negativa del exilio. A mí se me ocurrió que frente a la coyuntura actual, particularmente en la Argentina, estábamos cometiendo una falta muy grave, e incurriendo en una irresponsabilidad política, si nos sometíamos a ese criterio tradicional del exilio, y lo tomábamos como pura negativa.

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Lo que yo traté de decir, y afortunadamente encontré enseguida apoyo en amigos y colegas, como el caso de Eduardo Galeano y otros que se me olvidan, fue que desde el momento en que la dictadura de Videla nos había echado a todos nosotros, era con la intención de demolernos, de destruirnos moralmente, ya que no podía matarnos físicamente. Matarnos en el plano psicológico, con toda la tristeza y la desgracia del exilio entendido tradicionalmente. Entonces frente a eso, porqué aceptar la ley del juego del enemigo, porqué aceptar el exilio como lo que yo llamaba un disvalor, es decir un valor negativo, un contravalor. Porqué aceptarlo como negatividad, porqué no hacer un análisis profundo de las razones que nos llevaron al exilio, y eso implacablemente. Realmente tener el coraje de ver fría y descaradamente porqué perdimos batallas, porqué perdimos gobiernos, porqué no fuimos capaces de enfrentar ese avance progresivo de la negatividad en el terreno argentino, y después de haber hecho eso, asumir el exilio como una condición lo más positiva posible, no darle a la Junta el gusto de vemos demolidos, destruidos, agotados, acabados en el extranjero. Al contrario convertir el exilio. Yo jugué un poco con mi sentido del humor, y dije que había que considerar el exilio, cada vez que se pudiera, como si nos hubiéramos dado becas. Estar en el extranjero y hacer de eso una cosa positiva, un valor y no un disvalor. Tratar de utilizar a fondo las nuevas ópticas que nos darían los diferentes países donde estábamos, continuar nuestro trabajo enriqueciéndolo con esos aportes nuevos, y concentrar todas nuestras fuerzas en contra de lo que estaba sucediendo en la Argentina. Esto creo que hay que dejarlo muy claro: yo sé muy bien el drama que significa el exilio para mucha gente. Una cosa es un caso como el mío, en que yo soy un exilado que no ha sufrido daños físicos, no sólo personalmente sino con respecto a mi familia, y otra cosa son los exilados que han salido del país dejando un montón de muertos queridos detrás de ellos, o gente que ha salido y después le han matado los seres queridos. Si esa gente se hunde, si esa gente no puede trabajar, si esa gente vegeta en el exilio, son infinitamente respetables, y no seré yo quien diga la menor palabra en contra de ellos. Pero en cambio está el caso de intelectuales, científicos, profesores, periodistas, que han llegado al exilio y después de un primer período de adaptación se han encontrado con toda su fuerza, y toda su capacidad de trabajo. Es a ellos a quienes yo les pedía y les insinuaba una especie de inversión general de la noción del exilio. Bueno, me alegré de que esta actitud fuera recibida mucho más calurosamente de lo que yo creía. Yo tenía miedo, cuando esto se comenzó a publicar en algunos periódicos españoles, donde hay una cantidad inmensa de exilados, que comenzará a recibir un montón de comentarios o cartas diciéndome «usted no tiene derecho a hablar así cuando estamos aquí totalmente desechos y aplastados». Yo tenía mucho miedo de eso y lo hubiera comprendido muy bien, pero fue al contrario. Al año y medio de esa reunión en la que yo lancé esa idea en Francia, se hizo en Caracas y en Mérida (Venezuela), una Reunión Internacional sobre el exilio en América Latina, y ahí para mi gran alegría, antes de que yo mismo continuará ese plan de ideas, esa visión positiva del exilio, me encontré con que muchos otros oradores también la sostenían, y no sólo los oradores, sino la gran mayoría de los exilados que estaban entre el público, aparte del público asistente, los estudiantes universitarios venezolanos, que habían comprendido ese problema perfectamente bien, y estaban dispuestos a apoyar y colaborar en ese plan.

Guillermo Schavelzon, “Julio Cortázar: el exilio (entrevista)”, Unosmásuno, 1981.

Ver entrevista completa en PDF.

Imagen: Pablo Peñalba Studio

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