Hablar del otro a través de uno mismo

Por Augusto Magaña

A lo largo de la historia, Europa se ha permitido observar de cerca a los otros pueblos, para analizarlos y construir un discurso que explique sus culturas, pensamientos y formas de vida. Y esta visión se ha impuesto como hegemónica a través de la colonialidad, un patrón estructural de poder que se ha servido también de las grandes instituciones y dispositivos culturales para imponerse: las universidades, la historia, el cine, la literatura y, cómo no, los museos. 

En esta tercera sesión de la 5ª edición de los talleres de En Palabras, el ecuatoriano Diego Falconí, abogado, escritor y profesor del área de Letras de la UAB y de Derecho de la Universidad San Francisco de Quito, nos invita a intercambiar los papeles para ser nosotras, personas migrantes, quienes analicemos a “los nativos” de Barcelona, Catalunya o España

¿Cómo? A través de las estrategias que nos propone la etnografía, un método de estudio antropológico que comúnmente ha sido usado por la gente de Europa para conocer a aquellas sociedades que consideran “exóticas”. Pero ¿puede hacerse una escritura etnográfica que no sea colonial? Ese es el reto que se nos plantea.

Cambiar la mirada: abandonar el etnocentrismo 

“Y no había ninguna posibilidad de que nada escapara a mi atención”, decía el antropólogo Malinowski sobre su observación del pueblo de los Trobrianders en uno de los libros fundacionales del método etnográfico, Los argonautas del Pacífico Occidental. Esta voluntad de control es lo que, según Diego, caracteriza la mirada europea y blanca sobre los otros pueblos. Una mirada arrogante, incluso cuando busca ser respetuosa. Un lugar de enunciación que ve desde lo alto, que se cree autosuficiente y, por lo tanto, le permite hacer observaciones que buscan instaurar un conocimiento universal y “natural”. 

Este tipo de mirada es el que ha dominado la etnografía desde su creación y es también el que construye discursos culturales como el que se despliega en el Museo Etnológico y de las Culturas del Mundo (MUEC) de Barcelona, donde nos encontramos. De ahí la disconformidad que sentimos algunos miembros del colectivo cuando realizamos días antes una visita guiada a la colección de América del museo. El discurso desplegado, que intenta conocer la “alteridad” desde esta mirada etnocéntrica, choca con nuestra manera de ver la historia de nuestros propios pueblos. 

Pero esta mirada etnocéntrica no solo está presente en Europa: Diego nos advierte que la población blanca o mestiza latinoamericana ocupa ese lugar de arrogancia en el discurso de sus respectivas sociedades, un lugar de enunciación que divide a las personas entre normales y anormales. Y esta voluntad de control que tiene la mirada colonial llega incluso a interiorizarse en las maneras como nos controlamos a nosotros y nosotras mismas. 

Por ejemplo, los discursos que se generan alrededor de la sexualidad permiten entender esta autovigilancia impuesta por la moral cristiana y europea. “Mi hogar, Cajamarca (Perú), es un lugar que mantiene esa herencia conservadora. He aprendido a sentirme inmediatamente juzgada si hablo sobre sexualidad”, confiesa Angelita. Es por estos motivos que Diego nos invita a desmontar este etnocentrismo: “Si hay alguien que lo pueda hacer en este momento en este país son ustedes”. Pero ¿cómo hacerlo?

Hacia una escritura etnográfica no colonial

Para Diego, la etnografía aparece como una herramienta para cuestionarnos “lo normal” y “lo natural”. Dentro de la antropología, la etnografía nace como un método de investigación para observar los comportamientos de los diferentes grupos humanos, su identidad y formas de vida. Esta observación no es pasiva, sino participativa: quien investiga se intenta introducir en la vida de esa gente, el objeto de estudio que quiere explicar, viviendo con ellos y participando en las dinámicas diarias para ganarse su confianza. 

Pero si normalmente la observación participante era utilizada por europeos como Malinowski para estudiar a comunidades lejanas, como los Trobrianders de Papúa Nueva Guinea, lo que Diego nos propone ahora es convertirnos nosotros y nosotras en observadores participantes de la cultura local de Catalunya, analizando y teorizando acerca de los comportamientos y estilos de vida de las personas de aquí con las que convivimos en nuestros lugares de trabajo, universidades, barrios o cualquier otro lugar. 

Para ello, seguiremos algunas de las pautas que el propio Malinowski trabajó en su estudio de los Trobrianders: una observación sistemática y controlada, en la que la escritura es un proceso clave en el registro de todo lo que vemos y escuchamos; la participación como un miembro más en la cultura que estudiamos; la interrogación acerca de sus actitudes y comportamientos; y, sobre todo, la focalización en un tema concreto de observación. Este trabajo de escritura debe llevarnos a deconstruir ciertas actitudes y discursos que tienen una raigambre colonial, pero que pasamos desapercibidos en nuestro día a día. 

Cuestionar lo que se nos ha enseñado

Uno de los aspectos a analizar puede ser, por ejemplo, cómo se desempeña la lengua como factor diferenciador entre personas catalanas y latinoamericanas. Diego pregunta durante la sesión cuántas del grupo saben hablar catalán y más o menos la mitad de las presentes en el taller levanta la mano. “Existe una tensión entre Catalunya y América Latina, porque los catalanes consideran que quienes venimos de América Latina no solemos aprender catalán y por lo tanto somos cómplices del proyecto hispano”, dice Diego. ¿Puede explicarnos esta tensión algo acerca de la relación colonial que se establece entre personas europeas y americanas? 

Por otro lado, también se deben identificar y deconstruir los discursos coloniales que están presentes dentro del propio imaginario latinoamericano, como que “los males que tenemos en América Latina son culpa de los españoles” o que fuimos “mal conquistados” por los españoles y en realidad tendrían que haberlo hecho los ingleses. Diego explica que estos discursos buscan contrarrestar el colonialismo español desde una narrativa de “nuestra América” que, en realidad, es una “proyección” del discurso colonial. 

De hecho, para Diego, deberíamos empezar a poner en duda incluso el propio concepto de América Latina, ya que este se gesta dentro de la academia francesa que era la que educaba a los mestizos que gobernaban (y gobiernan) en Latinoamérica. Por contrapartida, en la actualidad el concepto de Abya Yala, que significa “tierra en plena madurez” en la lengua del pueblo guna, se empieza a utilizar en ciertos discursos progresistas para referirse al continente y como una manera de rescatar la visión de los pueblos originarios. “Ser anticolonial es cuestionar precisamente lo que nos han enseñado”, afirma Isabella en un momento del taller. Pero ¿de qué manera podemos deconstruir estos discursos?

La autoetnografía: escribir desde el cuerpo

Todas y todos hemos escrito sobre nosotras mismas o incluso llevado un diario personal en algún momento de nuestra vida. Cuando migramos, además, las palabras sobre nuestras experiencias y emociones fluyen casi sin querer. “Desde que salí de Chile empecé a escribir un diario de vida, porque fue muy traumático y eso me obligó a escribir”, explica Anita, que hace 30 años se exilió en Suecia por la dictadura de Pinochet y ahora vive en Tarragona. 

Cuando Diego nos pregunta sobre los motivos por los que hemos llevado un diario en algún momento, las respuestas son muy diversas. “Para mí, era un refugio”, dice Angelita. En cambio Miguel, de El Salvador, lo ve como “un proceso terapéutico de auto-reafirmación de la identidad”. La escritura de un diario tiene grandes implicaciones en nuestra vida, por cómo se expresan en él nuestras emociones. “¿Cómo se sentirían si alguien publicase su diario?”, pregunta Diego. Entre risas nerviosas, Angelita destaca que ella se sentiría “desnuda, expuesta, transparente”. 

¿Por qué la revelación de nuestros escritos íntimos nos hace sentirnos vulnerables? Diego apunta a que el diario define un “adentro” y un “afuera” respecto a nuestro propio cuerpo. Por eso, Angelita se sentiría como si estuviera “desnuda” si alguien leyera su diario, porque la escritura, como la migración, no puede pensarse si no es a través del cuerpo. Este es el punto de partida a partir del cual los estudios feministas desarrollaron un nuevo método de investigación antropológica: la autoetnografía

Partiendo de esta idea, Diego nos propone otro reto: además de hacer una etnografía de “los otros”, tenemos que intentar también hacer una autoetnografía que nos permita ver cómo nos comportamos nosotras y nosotros como migrantes. Este ejercicio nos llevará a hacer teorías sobre por qué nos comportamos de ciertas maneras y cómo nos “auto-controlamos” en los espacios donde convivimos con personas no-migrantes; algo que nos permitirá ver no solo cuáles son esos discursos etnocéntricos que tenemos ya incorporados, sino también pensar en maneras de deconstruirlos.

“Con la herida abierta y el machete en mano”

¿Cuál fue el resultado de estos ejercicios de escritura? Una de las etnografías, por ejemplo, se fija en los gestos de la gente aquí en España y los describe como “violentos, directos, sin doble lecturas”. Su autora se aventura a teorizar que esto se debe a que lo que buscan es “ahorrarse las palabras” cuando hablan con personas extranjeras. Pero otra explicación, dice ella, podría ser que somos nosotras, las y los migrantes, quienes tenemos una “actitud incluso servilista hacia ellos”, debido a los vínculos coloniales que nos unen. 

“En mis interacciones virtuales con los catalanes se ha hecho evidente lo inusual de hacer un contacto sin motivo aparente”, apunta otro de los textos etnográficos de las participantes del taller. La autora de este relato, además, señala que únicamente “aquellos sujetos descendientes o nacidos en el sur de España” son quienes inician una “conversación casual”. Diego subraya que esta es una observación muy etnográfica, pero que necesita de una teorización: ¿Por qué quienes inician una conversación casual con nosotras son charnegos? ¿Qué hace que la gente de Catalunya no se vea empujada a entablar una conversación sin motivo aparente con nosotras y nosotros? La etnografía no pretende solo contar lo que está pasando, sino que busca crear teorías e hipótesis, que pueden ser equivocadas y no tienen por qué ser académicas, ya que hay otros tipos de saberes. 

Siguiendo esta idea, Alejandro, de El Salvador, se aventura a lanzar una hipótesis sobre la relación con su vecino: “Cuando vine aquí donde estoy viviendo, mi vecino de arriba comenzó a visitarme. Me tocaba la puerta, me preguntaba cosas, me decía que los que vivían antes aquí no le dejaban dormir por el ruido… Me sentía observado, porque él venía y preguntaba y preguntaba. Venía a imponer sus reglas, estaba imponiendo su colonialismo, diciéndome: ‘yo quiero que tú hagas esto’”. Cuando nos analizamos a nosotras mismas y a las situaciones que vivimos a través de esta mirada etnográfica, no solo podemos entender qué espacio estamos ocupando sino también identificar qué está moviendo lo que sentimos y pensamos. Nos permite comprender no solo nuestro “yo” sino también la sociedad. 

Una de las cosas que permite la autoetnografía es establecer, precisamente, una escritura de la propia experiencia que “puede crear comunidad en una época en que la comunidad está totalmente deteriorada”, explica Diego. Cuando escribimos desde nuestro “yo” estamos mostrando nuestras heridas, estamos exponiendo nuestra vulnerabilidad. Pero en esa exposición estamos invitando también a las y los demás a que muestren sus heridas. Interpelamos a quienes se pueden sentir identificadas con nuestras historias, quienes conocen “la sensación de sentirse constantemente en una otredad”, como dice Tatiana. 

Esta es una forma de descolonizar la escritura: mostrar esas alteridades es importante para conseguir entablar un diálogo con las otras personas migrantes o excluidas por cualquier razón de origen, género u orientación sexual. Para Diego, sin embargo, este discurso debe construirse “con la herida abierta y el machete en mano”. Es decir, como migrantes no tenemos que mostrar nuestras heridas ante los discursos colonialistas, sino entablar un debate desde la fortaleza: con argumentos sólidos y desparpajo. 

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