Pensar en mí, el yo y los otros

“La vida es una prolongación de nuestros antepasados”, diría Nietzche. Con esta frase comenzó la sesión Begoña Ugalde, poeta chilena que vino a En Palabras a hablar de la poesía autobiográfica y de la importancia del yo y los otros al momento de sentarse a escribir este tipo de literatura.

Más allá de ser un texto cerrado en el que solo hablo de mí, la autobiografía se configura como todo lo contrario, como un espacio de libertad en el que me analizo y me pienso para cuestionar la autoimagen formada por la percepción que tiene de mí la sociedad. Al hacerlo, me obligo también a mirar y analizar al otro, a entenderlo y ponerme en sus zapatos. La autobiografía es entonces un ejercicio básico de empatía.

Por eso resulta tan importante la genealogía al momento de escribirme, porque al volver al pasado, al volver a los sucesos importantes como guerras, exilios, catástrofes naturales, triunfos, realizaciones, distinciones, etc. que vivieron mis antepasados, puedo entender el porqué de sus acciones, el porqué de sus decisiones y el porqué de mí en este mundo. La autobiografía es entonces una heterografía: un espacio donde el lenguaje me da forma no solo a mí misma sino también a los que estuvieron antes, a quienes, de gran modo, me determinan. Por eso, a medida que me voy explicando, voy explicando a los demás, a los otros, y voy configurando mi historia individual, pero también aporto a una historia colectiva.

Así que me resulta imposible negar que necesito de los demás para conocerme, para entenderme y (sobre)vivir, pero también es impensable no afirmar que los otros también requieren de mí, claro. Yo soy un reflejo de ellos y ellos, un reflejo de mí.

María Ríos

Comparto un poema autobiográfico de Begoña Ugalde, de su poemario Poemas sobre mi normalidad:

PÁJAROS QUE SOPORTAN EL INVIERNO

Mi padre trabajó en un banco hasta jubilarse
su oficina era un cubículo gris
de dos metros cuadrados
donde no entraba la luz natural.

Se dedicaba a programar computadores
nunca hizo amigos, no le gustaba el fútbol
un día me confesó que almorzaba solo
y que a fin de año unos funcionarios
quemaban en las calderas del banco
cerros de billetes para controlar la inflación.

Cuando cumplí quince años
fuimos a caminar por plaza Ñuñoa
mientras comíamos un helado
me dijo que en realidad nada tenía sentido
que estar vivo era absurdo
porque las cosas no terminan nunca de encajar
y el dinero es mentira
pero hay que pasarse la vida intentando ganarlo.

Los árboles estaban casi sin hojas
la nieve brillaba sucia sobre la cordillera
todo amenazaba con paralizarse de manera definitiva
hasta que él se puso a intercambiar silbidos
con los chincoles, las tórtolas y los zorzales.

Luego me dio instrucciones:
junta las comisuras de los labios
contrae la lengua, sopla fuerte
concéntrate en la música
de los pájaros que soportan el invierno.

Solo salió de mi boca vapor de agua
él besó mi frente
nos quedamos abrazados en la banca
escuchando las palomas arrullar
alineadas sobre el tendido eléctrico
hasta que se hizo oscuro.

 

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